domingo, 7 de agosto de 2011

su cara ha quedado marcada por la pasividad

Su cara ha quedado marcada por la pasividad y la dejadez. Esto es una de las consecuencias de la edad. La frente lisa, digna, pero en su interior no había vida. La vida pasaba alrededor suyo como si no le afectase, como si fuese un espectador pasivo. Era un hombre muy recio y fuerte. Haz siempre lo que te plazca, te venía a decir. Como de costumbre, estoy rumiando la manera de mejorar mi vida, y comenzaré por el medio de pasear sola. El decía que es preciso conocer los detalles que forman parte del todo, lograr que las proporciones sean justas. Es raro tropezarse con personas que dicen cosas que una misma hubiera podido decir.


Un rostro hermoso, con ojos grandes y espléndidos, le pareció el mío. Entró en el dormitorio a la hora del almuerzo. Teníamos tiempo de hablar el uno acerca del otro y de contemplarnos. No llegué a conocerle bien pero sentía hacia él los sentimientos que experimento hacia todos esos dignos nombres. Por lo que me acerqué más a él. Ahora tengo la rarísima sensación de que todos nosotros nos encontramos en medio de cierta muy vasta operación, del esplendor de ese empeño de vivir, de ser capaces de morir, una inmensidad me rodea. No, no sé expresarlo, más valdría dejar que madure y se convierta en una novela cual sin duda se convertirá.


Por la noche él y yo volvimos a hablar de la muerte, por segunda vez, que quizá seamos lo mismo que gusanos aplastados por un automóvil, ¿qué sabe el gusano del automóvil, de cómo está hecho? Quizás haya una razón y si es así ninguno de nosotros, los humanos, ha sabido comprenderla. El tenía ciertas místicas creencias.

Escritos de mi último viaje a Tallin, Esther LLull de la mano con Virginia Woolf

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